Científicos de la Universidad de
Bonn encuentran evidencia de que, en ciertos ámbitos del mundo físico, se
revelan elementos que dan indicios de que nuestra realidad, efectivamente,
puede ser producto de una simulación computarizada.
Parece una tautología, un
solipsismo lingüístico, pero no por ello la pregunta es menos pertinente:
¿nuestra realidad es real? Tradicionalmente, esta cuestión se ha abordado sobre
todo desde la filosofía y el pensamiento especulativo, yendo desde el velo de
Maia de los antiguos hindúes (recuperado en Occidente por Schopenhauer), hasta
la hipótesis más contemporánea de que nuestra realidad puede ser una simulación
hecha por computadora, manejada por inteligencias infinitamente más superiores
que la nuestra y capaces por lo tanto de establecer un modelo tan complejo como
el universo que creemos nuestra morada.
Recientemente un grupo de físicos
llevó esta hipótesis más allá del argumento con un hallazgo que revelaría la
posibilidad de que, efectivamente, nuestra realidad sea una simulación
computarizada.
Los investigadores de la
Universidad de Bonn, dirigidos por Silas Beane, parten de la premisa que de una
simulación de este tipo tendría, por definición, una estructura fractal, una
simulación dentro de otra simulación dentro de otra simulación, sucesivamente,
para generar un escenario lo suficientemente complejo para dar la impresión de
realidad, naturalidad, un universo cuya artificialidad apenas fuera notable.
Lo interesante es que esta
estructura sí existe en la realidad física, y ese es el inquietante
descubrimiento de los científicos. En un artículo titulado “Constraints on the
Universe as a Numerical Simulation”, Beane y compañía aseguran que esas
simulaciones son parte esencial del mundo por cumplir la función de limitar las
leyes físicas.
Basados en la noción de
“retículo” —un modelo de la física teórica opuesto a la noción de continuum del
espacio o el espacio-tiempo— los investigadores proponen que en una simulación
computarizada de la realidad las leyes físicas, que parecen continuas, tendrían
que ser impuestas en un retículo tridimensional discreto que avance en pequeños
pasos de tiempo. En otras palabras, este retículo espacial sería una especie de
recurso o “candado” dentro de la simulación que, por ejemplo, limitaría la
cantidad de energía que las partículas pueden tener dentro del sistema.
En procesos cuánticos de gran
energía —un haz de electrones, implantación de iones o rayos láser— esto
efectivamente sucede. El retículo impone un máximo de energía a cada partícula
porque nada que sea más pequeño que este puede existir dentro del sistema.
“La característica más llamativa
es que la distribución angular de los componentes de mayor energía exhiben
simetría cúbica en resto del retículo, apartándose significativamente de la
isotropía”, agregan los investigadores, con lo cual sugieren que los rayos
cósmicos viajarían preferentemente a lo largo de los ejes del retículo,
provocando que al observarlos parezcan iguales en todas las direcciones, un
rasgo que evita que se puedan hacer mediciones precisas al respecto, pues
“encontrar este efecto sería equivalente a ser capaces de ‘ver’ la orientación
del retículo en el que nuestro universo es simulado”, según se explica en el
sitio Technology Review, un poco como si describieran ese momento de iluminación
o de arrebato tan común en ciertas tradiciones místicas.
Por otro lado, el hallazgo
también muestra que si bien puede existir evidencia de que nuestra realidad sea
una simulación, no hay manera —al menos con los recursos con los que contamos
actualmente— de aseverarlo con certeza total. ¿Y no sería ese otro candado del
sistema?
En aquel imperio, el Arte de la
Cartografía logró tal perfección que el mapa de una sola provincia ocupaba toda
una ciudad, y el mapa del imperio toda una provincia. Con el tiempo, estos
mapas desmesurados no satisficieron y los colegios de cartógrafos levantaron un
mapa del Imperio, que tenía el tamaño del Imperio y coincidía puntualmente con
él.
Menos adictos al estudio de la
cartografía, las generaciones siguientes entendieron que ese dilatado mapa era
inútil y no sin impiedad lo entregaron a las inclemencias del sol y de los
inviernos. En los desiertos del Oeste perduran despedazadas ruinas del Mapa
habitadas por animales y por mendigos; en todo el país no hay otra reliquia de
las disciplinas geográficas
(Suárez Miranda: Viajes de
varones prudentes, libro cuarto, capítulo XIV, Lérida, 1658. Texto incluido en Historia
Universal de la Infamia, de Jorge Luis Borges).