En su teoría
de la evolución, Charles Darwin proporcionó una cuenta muy
persuasiva de cómo evolucionó la vida sobre mil millones de años, pero el
omitió cualquier explicación de cómo la vida comenzó, en primer lugar.
“Uno podría así mismo pensar del
origen de la materia”, escribió el en una carta a un amigo.
Un siglo y medio
más adelante, los científicos todavía entienden muy poco cómo vino a la
existencia la primera cosa viva. Algunos científicos creen que la vida en la
Tierra es un accidente
anormal de química, y como tal, debe ser única. Porque ellos argumentan
que incluso el microbio más simple conocido es impresionantemente complejo, las
oportunidades que uno formado por una mezcla molecular al azar son
infinitesimales, la probabilidad de que el proceso ocurriría dos veces, en
ubicaciones separadas es virtualmente insignificante.
El bioquímico francés laureado Nobel Jacques Monod era
un firme creyente en este punto de vista.
“El hombre
por fin sabe que está solo en la insensible inmensidad del universo, fuera del
cual él ha emergido solamente por casualidad”, escribió en 1971.
El utilizó
esta sombría opinión como trampolín para argumentar a favor del ateísmo y lo
absurdo y la inutilidad de la existencia. Como Monod lo vio, no somos más que
productos químicos extras en un majestuoso pero impersonal drama cósmico – un show
de diapositivas irrelevante y no deseado.
Pero supongamos que no fue esto lo que sucedió.
Muchos
científicos creen que la vida no es un fenómeno anormal (las probabilidades de
que la vida a partir de la oportunidad, el cosmólogo británico Fred Hoyle sugirió
una vez, son comparables a las probabilidades de que un torbellino que soplara
a través de un depósito de chatarra, ensamblando así un Boeing 747 en
funcionamiento), sino que está escrito en las leyes de la naturaleza.
“El universo debe, en algún sentido,
haber sabido que veníamos”, observó famosamente el físico Freeman Dyson.
Nadie puede
decir precisamente en qué sentido el universo podría estar fecundo con vida, o
cómo las expectativas generales de las que habló Dyson pudieran traducirse a
procesos físicos específicos a nivel molecular. Tal vez la materia y la energía
siempre toman la vía rápida a lo largo del camino a la vida, por medio de los
que a menudo llamamos “auto organización.”
O quizás el poder de la evolución darvinista es de
alguna forma aprovechada en una etapa molecular pre-biótica. O tal vez algún
eficiente proceso físico todavía no identificado (¿mecánica cuántica?) fija los
engranajes en movimiento, con la vida orgánica como nosotros la conocemos,
tomando el control sobre la maquinaria esencial en una etapa posterior. En
virtud de cualquiera de estos escenarios, la vida de convierte en un producto
fundamental de la naturaleza, en vez de incidental.
En 1994,
reflexionando en este mismo punto, otro laureado Nobel, el bioquímico
belga Christian de Duve escribió:
“Yo veo a este universo, no como una ‘broma cósmica’, sino como una entidad
significativa – hecha de tal manera que, para generar vida y mente, es obligado
a dar luz a seres pensantes, capaces de discernir la verdad, aprehender la
belleza, sentir amor, anhelar la bondad, definir la maldad y experimentar el
misterio.”
Ausente de
estas cuentas está cualquier mención de los milagros.
La atribución del origen de la vida a un milagro
divino no es solo un anatema para los científicos, sino que también es
teológicamente sospechoso. El término “Dios de las brechas” fue
acuñado para burlarse de la idea de que Dios puede ser invocado como explicación, cada
vez que los científicos tienen lagunas en su comprensión.
El problema
con invocar a Dios de esta manera es que, al
avanzar la ciencia, las brechas se cierran, y Dios se ve
progresivamente marginado fuera de la historia de la naturaleza. Los teólogos
hace tiempo aceptaron que ellos estarían para siempre luchando una batalla de
retaguardia si trataban de desafiar a la ciencia en su propio terreno.
Usando la formación de vida para probar la existencia
de Dios es una táctica que arriesga una demolición instantánea
en caso de que alguien tenga éxito fabricando vida en un tubo de ensayo. Y la
idea de que Dios actúa en los ajustes y comienzos, en torno a
los átomos en movimiento en raras ocasiones en competencia con las fuerzas
naturales es una imagen decididamente nada inspiradora del Gran Arquitecto.
La línea de
batalla teológica en relación con la formación de vida no es, por lo tanto,
entre lo natural y lo milagroso, sino que entre la pura casualidad y la certeza
de la ley.
Los ateos tienden a tomar la primera versión, y los
religiosos se alinean detrás de la segunda, pero esas divisiones son generales
y de ninguna forma son absolutas. Es perfectamente posible ser un ateo y creer
que la vida está construida ingeniosamente dentro de la naturaleza del
universo. Es también posible ser un religioso, o teísta y suponer que Dios diseñó
solamente un planeta con vida, con o sin la ayuda de milagros.
Aunque el descubrimiento de microbios en Marte o en
alguna otra parte encendería un debate teológico apasionado, los asuntos
verdaderamente difíciles rodean el prospecto de seres alienígenos avanzados, en
posesión de inteligencia y tecnología. La mayoría de científicos no piensan que
tales seres existan, pero durante cuarenta años, un grupo de astrónomos
dedicados ha estado barriendo los cielos con radio telescopios, en la esperanza
de encontrar un mensaje de una civilización el alguna otra parte en la galaxia.
Su proyecto es conocido como SETI (Búsqueda de Inteligencia extraterrestre).Porque
nuestro sistema solar es relativamente joven comparado con el universo en
general, cualquier civilización alienígena que pudieran descubrir los
investigadores SETI sería probablemente mucho más antigua y presumiblemente más
sabia que la nuestra.
De hecho,
pudiera haber logrado nuestro nivel de ciencia y tecnología hace millones o
incluso billones de años. Solamente contemplando la posibilidad de tales
avanzados extraterrestres parece levantar incómodas y adicionales preguntas
para la religión.
Las principales creencias del mundo fueron todas
fundadas en la era pre-científica, cuando se creía extensamente que la Tierra
estaba en el centro del universo, y que la humanidad en el pináculo de la
creación. A medida en que los descubrimientos científicos se han ido acumulando
sobre los pasados 500 años, nuestro estatus ha ido disminuyendo gradualmente.
En primer
lugar, se ha demostrado que la Tierra es solamente un planeta de varios que
orbitan alrededor del Sol. Luego, el sistema solar mismo fue relegado a los
remotos suburbios de la galaxia, y el Sol ha sido clasificado como una
insignificante estrella enana entre billones. La teoría de la
evolución propuso que los seres humanos ocupan solamente una pequeña rama de un
complejo árbol evolutivo. Este patrón continuó hasta el siglo veinte, cuando la
supremacía de nuestra tan jactada inteligencia se vio amenazada. Las
computadoras comenzaron a ser más astutas e inteligentes que nosotros.
Ahora, la ingeniería genética ha incrementado el
espectro de bebés diseñados con súper intelectos que dejan al nuestro muy
atrás. Y debemos considerar la incómoda posibilidad que en términos
astrobiológicos, los hijos de Dios pudieran ser también
corredores-galácticos. Los teólogos están acostumbrados a poner cara de
valientes con tales progresos.
A lo largo
de los siglos, las iglesias cristianas, por ejemplo, se han visto obligadas una
y otra vez a acomodar la
nueva información científica que desafía la doctrina existente. Pero estas
acomodaciones han sido generalmente hechas de mala gana y muy tardíamente. Solo
recientemente, por ejemplo, fue que el Papa reconoció que la evolución
Darviniana es más que solamente una teoría.
Si el SETI tiene éxito, los teólogos no tendrán el lujo de décadas de cuidadosa deliberación para determinar la importancia del descubrimiento. El impacto será instantáneo. El descubrimiento de seres alienígenos superiores pudiera no ser tan corrosivo para las religiones si los seres humanos podrían todavía demandar un estatus espiritual especial.
Después de
todo, la religión se ocupa principalmente de la relación de la gente con Dios, más que de sus cualidades biológicas o
intelectuales. Es posible imaginar a seres alienígenas que son más listos y
sabios de lo que somos nosotros, pero que son espiritualmente inferiores o
simplemente malvados. Sin embargo, es más probable que cualquier civilización
que nos haya sobrepasado a nosotros científicamente habría superado también
nuestro nivel de desarrollo moral.
Uno bien
podría especular que una sociedad alienígena avanzada, tarde o temprano hubiera
encontrado algún camino para eliminar genéticamente la conducta malvada, dando
como resultado una raza de seres santos.
Supongamos, entonces, que los E.T. están mucho más
adelantados que nosotros, no solo científica y tecnológicamente, sino que
también espiritualmente. ¿Dónde deja esto a la supuesta relación especial de
la humanidad con Dios?
Este enigma
plantea una dificultad en particular para los cristianos, por la naturaleza
única de la Encarnación. De todas las religiones más importantes del mundo, la
Cristiandad es la más específica de la especie. Jesús
Cristo fue
el salvador y redentor de la
humanidad. El no murió por
los delfines o los gorilas, y ciertamente tampoco por los pequeños hombrecillos
verdes.
Pero,
·
¿Qué hay de las
alienígenas profundamente espirituales?
·
¿No van a
ser salvador?
·
¿Podemos
contemplar a un universo que contenga quizás un trillón de mundos de seres
santos, pero en el cual, los únicos seres elegibles para la salvación habitan
un planeta en donde el asesinado, las violaciones y otros males permanecen
maduros?
Aquellos
pocos teólogos cristianos que han abordado este espinoso tema, se dividen en
dos campos.
Algunos
posan múltiples encarnaciones y incluso múltiples crucifixiones – Dios encarnándose
en unas pequeñas carnes verdes para salvar a los pequeños hombrecillos verdes,
como me dijo una vez un prominente ministro anglicano. Pero la mayoría están
apabullados por esta idea, o la encuentran absurda. Después de todo, en la
visión cristiana del mundo, Jesús fue el único hijo de
Dios.
Sería
que Dios hizo que esta misma persona naciera, fuera muerto y
resucitado en una sucesión sin fin de planeta en planeta?
Este panorama fue satirizado ya en 1794 por Thomas Paine.
“El Hijo de Dios”,
escribió en La Edad de la Razón, “y a veces Dios mismo,
no tendrían nada más que hacer que viajar de mundo en mundo, en una sucesión
sin final de muerto, con escasamente un intervalo momentáneo de vida.”
Paine siguió
argumentando que la cristiandad era simplemente incompatible con la existencia
de seres extraterrestres, y escribió: “Aquel que piensa que cree en ambas cosas
tiene muy poco pensamiento sobre cualquiera de ellas.”
Los
católicos tienden a ver la idea de múltiples encarnaciones como rayando en la
herejía, no debido a su aspecto algo cómico, sino porque parecería automatizar
un acto que se supone que es un don singular de Dios.
“Dios escogió una manera muy específica de redimir a
los seres humanos”, escribe George Coyne, un sacerdote jesuita y director del Observatorio
del Vaticano, cuya propia investigación incluye la astrobiología.
“El envió a
su único hijo, Jesús,
a ellos, y Jesús entregó
su vida para que los seres humanos fueran salvados de sus pecados. ¿Habrá hecho Dios
esto para los extraterrestres? … Las implicaciones teológicas acerca
de Dios se están volviendo cada vez más serias.”
Paul Tillich, uno de los pocos prominentes teólogos protestantes
que dio serias consideraciones al tema de los seres alienígenas tomó una visión
más positiva.
“El hombre no puede demandar ocupar
el único lugar posible para la encarnación”, escribió.
El teólogo
luterano, Ted Peters, del Centro de Teología y Ciencias Naturales
en Berkeley, California, hay hecho un estudio especial sobre el impacto de la
fe religiosa de creencias en extraterrestres.
Discutiendo
la tradición de debate en este tópico, el escribe, “Los teólogos cristianos
rutinariamente han encontrado formas de abordar el tema de Jesús Cristo como la
encarnación de Dios y concebir el poder creativo de Dios y
el poder de salvar ejercido en otros mundos.”
Peters cree
que la cristiandad es lo suficientemente robusta y flexible para acomodar el
descubrimiento de inteligencia extraterrestre, o ETI. Un teólogo que
enfáticamente no teme ese reto es Robert Russel, también del Centro para Teología y Ciencias Naturales.
“Mientras esperamos el ‘primer
contacto’, le ha escrito, “buscando esta clase de preguntas y reflexiones será
de inmenso valor.”
Claramente,
hay considerable diversidad – uno pudiera incluso decir cualquier disparate –
sobre este tópico en círculos teológicos.
Ernan McMullin, un catedrático emérito de filosofía en la Universidad
de Notre Dame, afirma que la dificultad central proviene de las raíces de la
cristiandad en una cosmología pre-científica.
“Era más fácil aceptar la idea
de Dios convirtiéndose en hombre”, escribió, “cuando los
humanos y su morada, ambos sostienen un único lugar en el universo.”
El reconoce
que los cristianos especialmente enfrentan una dura situación con relación a
los ETI, pero considera que Thomas Paine y sus sucesores afines en mentalidad
han presentado el problema demasiado simplísimamente. Señalando que tales
conceptos como el pecado original, la encarnación y
la salvación están abiertos a una variedad de interpretaciones,
McMullin concluye que hay una gran divergencia entre los cristianos sobre la
respuesta correcta al desafío ETI.
En cuanto a
la cuestión de las múltiples encarnaciones, escribe, “Su respuesta pudiera
estar en la gama… desde ‘sí, ciertamente’ a ‘ciertamente no’.
Incluso para
aquellos cristianos que descartan la idea de las múltiples encarnaciones, hay
una interesante posición de retraso: quizás el curso de la evolución tiene un
elemento de direccionalidad, con seres parecidos a humanos como inevitable
producto final. Incluso si el Homo sapiens como tal pudiera no ser el único
enfoque de la atención de Dios, la clase más amplia de todos los
seres humanos y parecidos a humanos en el universo sí podrían serlo.
Esta es la idea básica esposada por el filósofo Michael Ruse, un ardiente Darviniano y un simpatizante agnóstico
del cristianismo.
El ve el progreso
incrementado de la evolución natural como el modo escogido por Dios de
la creación, y la historia de la vida como una escalera que conduce
inexorablemente desde microbios hasta el hombre. La mayoría de los biólogos
consideran absurda una “evolución progresiva”, con los seres humanos como
implícito objetivo predeterminado. Stephen Jay Gould una vez describió la noción misma como
“nociva”.
Después de todo, la esencia del Darwinismo es que la naturaleza es ciega.
No puede anticipar. La oportunidad al azar es la fuerza impulsora de la
evolución, y la aleatoriedad por definición no tiene direccionalidad. Gould
insiste que si se pasara de nuevo la película evolutiva, el resultado sería muy
diferente de lo que hoy observamos. La vida probable nunca llegaría más allá de
los microbios la siguiente vez.
Pero algunos
biólogos respetados están en fuerte desacuerdo con Gould en este punto.
Christian de Duve no niega que los más finos detalles
de la historia evolutiva dependen de la casualidad, pero considera que la
orientación general del cambio evolutivo está, de algún modo, predeterminado –
que las plantas y los animales fueron casi todos destinados a surgir en medio
de un avance general en complejidad.
Otro biólogo
darwinianno, Simon
Conway Morris, de la Universidad de Cambridge, hace su propio caso para
una “escalera de progreso”, invocando el fenómeno de la evolución convergente –
la tendencia de los organismos similares a evolucionar independientemente en
nichos ecológicos similares. Por ejemplo, el tigre de Tasmania (ahora extinto)
jugó el papel de los grandes felinos de Australia, aunque, como marsupial, está
genéticamente muy lejos de los mamíferos placentarios.
Como Ruse, Conway Morris mantiene que el “nicho humano” podría ser
llenado en otros planetas que tienen vida avanzada. El incluso hasta argumenta
que los extraterrestres tendrían una forma humanoide. No hay un gran salto
desde esta conclusión hasta la creencia de que los extraterrestres pecarían,
tendrían conciencia, luchas con cuestiones éticas y temor a la muerte.
Las dificultades teológicas presentan la posibilidad
de que los seres alienígenas avanzados son menos agudos para el Judaísmo y el
Islam.
Los musulmanes,
por los menos, están preparados para los ETI: el Corán afirma explícitamente,
“Y entre Sus Señales está la
creación de los cielos y de la Tierra y las criaturas vivas que El ha esparcido
a través de ellos”.
No obstante,
ambas religiones hacen hincapié en lo especial de los seres humanos – y, de
hecho, de grupos específicos, bien definidos que han sido recibidos dentro de
la fe.
¿Podría una
alienígena convertirse en judío o un musulmán? ¿Hace algún sentido acaso este
concepto?
Entro las
comunidades religiosas más importantes, los budistas y los hindú parecieran ser
los menos amenazados por el prospecto de alienígenas avanzados, debiéndole su
concepto pluralista de Dios y su visión tradicional más grande
del cosmos.
Entre las
religiones minoritarias, algunos darían, de manera positiva, el descubrimiento
de alienígenas inteligentes.
Los Raëlianos, un culto con bases en
Canadá, recientemente propulsado a la fama por su demanda de haber clonado a un
ser humano, cree que el líder del culto, Raël, un ex – periodista
francés, originalmente llamado Claude Vorihon, recibió
revelaciones de alienígenas, que lo transportaron brevemente dentro de un
platillo volador en 1973.
Otras organizaciones religiosas periféricas con
mensaje extraterrestre incluyen el malogrado “culto de las Puertas del Cielo” (Heaven’s Gate cult) y muchos grupos OVNI.
Sus
seguidores comparten una creencia de que los alienígenas están ubicados más
arriba, no solo en la escalera evolutiva, sino que también en la escalera
espiritual, y pueden, por ello, ayudarnos a acercarnos a Dios y
a la salvación.
Es fácil descartar tales creencias como
insignificantes para un serio debate teológico, pero si repentinamente hubiera
de aparecer evidencia de seres extraterrestres, estos cultos podrían alcanzar,
de la noche a la mañana, una gran prominencia, mientras que las religiones
establecidas fracasarían, en desconcierto doctrinal.
Irónicamente,
SETI a menudo es acusado de ser una búsqueda cuasi-religiosa.
Pero Jill Tarter, el director del Centro del Instituto para
Investigación, SETI, en Mountain View, California, no tiene problemas con la
religión, y es despectivo con la gimnasia teológica con la cual los eruditos
religiosos acomodan la posibilidad de extraterrestres.
“Dios es nuestra propia
invención”, escribió. “Si fuésemos a sobrevivir o convertirnos en una
civilización tecnológica duradera, la religión organizada debe ser superada. Si
recibimos un mensaje (de una civilización alienígena) y es de naturaleza
secular, creo que dice que ellos no tienen religión organizada – que han
superado eso.”
No obstante,
descartar esto es más bien ingenuo por parte de Tarter. Aunque muchos
movimientos religiosos han venido y se han ido a través de la historia, alguna
clase de espiritualidad parece ser parte de la naturaleza humana. Incluso los
científicos ateos profesan experimentar lo que Albert Einstein llamó una
“sensación cósmica religiosa” al contemplar la impresionante y majestuosa
inmensidad del universo.
¿Podrían
unos seres alienígenas avanzados compartir esta dimensión espiritual, incluso
si ellos ya hace mucho han “superado” la religión establecida?
Steven Dick, un historiador de ciencia en el Observatorio
Naval Estadounidense cree que sí. Dick es un experto en la historia de
la especulación acerca de vida extraterrestre, y el sugiere que la
espiritualidad de la humanidad sería grandemente expandida y enriquecida por el
contacto con una civilización alienígena. Sin embargo, el considera que nuestro
actual concepto de Dios, probablemente requiere una transformación
mayor.
Dick ha
esbozado lo que él llama una nueva “cosmetología”, en la cual la espiritualidad
humana esté colocada en un contexto completamente cosmológico y astrobiológico.
“Al ir aprendiendo más acerca de
nuestro lugar en el universo”, escribe, “y al movernos físicamente fuera de
nuestro planeta hogar, nuestra conciencia cósmica solamente se incrementará”.
Dick propone
abandonar al Dios trascendental de la religión monoteística a
favor de lo que él llama un “Dios natural” – un súper-ser ubicado
dentro del universo y dentro de la naturaleza.
“Con el debido respeto para las
actuales tradiciones religiosas, cuya historia se extiende hacia atrás casi
cuatro milenios”, sugiere, “el Dios natural de la evolución
cósmica y el universo biológico, y no el Dios sobrenatural del
antiguo Medio Oriente pudiera ser el Dios del próximo
milenio”.
Alguna forma
de Dios natural fue también propuesta por Fred Hoyle, en un provocativo libro titulado El Universo Inteligente (The
Inteligente Universo). Hoyle condujo en su trabajo en
astronomía y física cuántica a delinear la noción de un “superintelecto” – un
ser que ha, como le gustaba decir a Hoyle, “jugado con la física”, ajustando
las características de las varias partículas fundamentales y fuerzas de la
naturaleza para que los organismos basados en el carbón pudieran prosperar y
extenderse a través de la galaxia.
Hoyle
incluso sugirió que este ingeniero cósmico pudiera comunicarse con nosotros
manipulando procesos cuánticos en el cerebro. La mayoría de científicos encogen
los hombros ante las especulaciones de Hoyle, pero sus ideas sí muestran cuanto
más allá de las doctrinas tradicionales religiosas algunas personas sienten que
necesitan llegar cuando contemplan la posibilidad de formas avanzadas de vida
más allá de la Tierra.
Aunque en cierto modo, la perspectiva de descubrir
vida extraterrestre mina a las religiones establecidas, no todas son malas
noticias para ellos.
La
Astrobiología también ha conducido a un sorprendente resurgimiento del llamado
“argumento de diseño” para la existencia de Dios. El argumento
original del diseño, tal como fue articulado por William Paley en el siglo dieciocho era
que los organismos vivos “se adaptan intrincadamente a sus ambientes señalados
por la mano providencial de un Creador
benigno.
Darwin
demolió el argumento mostrando cómo la evolución conducida por una mutación al
azar y una selección natural puede mimetizar el diseño.
Hora, un renovado argumento del diseño ha surgido, que
abraza totalmente la cuenta Darviniana de la evolución y, en vez de esto, se
enfoca en el origen de la vida. (Debo recalcar que no me estoy refiriendo aquí
a lo que recientemente se ha vuelto conocido como el movimiento del Diseño
Inteligente, el cual se basa en un elemento de
lo milagroso).
Si se
descubre que la vida está extendida en el universo, el nuevo argumento del
diseño es válido, entonces deberá surgir más bien fácilmente de mezclas químicas
no vivas, y así, las leyes de la naturaleza deberán ser hábilmente logradas
liberando este notable y muy especial estado de la materia, el cual en sí mismo
conduce a un estado aún más notable y especial: la mente.
Esta especie de exquisita bio-amistad representaría un
extraordinario e inesperado bono entre el inventario de principios de la
naturaleza – uno que pudiera ser interpretado por aquellos de una persuasión
religiosa como evidencia de la ingenuidad de Dios y previsión.
En esta versión de diseño cósmico, Dios actúa, no por
intervención directa, sino por medio de crear leyes naturales apropiadas que
garanticen la aparición de vida y mente en una abundancia cósmica.
El universo,
en otras palabras, es uno en el cual no haya milagros, excepto el milagro mismo de la
naturaleza.
El debate de
los E.T. ha solamente comenzado, pero un útil punto de partida es simplemente
reconocer que el descubrimiento de vida extraterrestre tendría que ser
teológicamente devastadora. El argumento de diseño mejorado ofrece una visión
de la n naturaleza distintamente inspiradora para los que tienen la inclinación
espiritual – ciertamente más que la visión de un cosmos estéril por todas
partes menos en un solo planeta. La historia es instructiva en este respecto.
Hace cuatrocientos años, Giordano
Bruno fue quemado en la estaca, por la Iglesia en Roma ya que, entre otras cosas, adoptando
la noción de una pluralidad de mundos habitados. Para aquellos cuya visión
teológica depende de una concepción de la Tierra y sus formas de vida como un
milagro único, la visión misma de vida extraterrestre prueba ser profundamente
amenazadora. Pero ahora la posibilidad de vida extraterrestre es cualquier cosa
menos amenazante para la espiritualidad.
Mientras más uno acepta la formación de vida como un
proceso natural (es decir, mientras uno más firmemente crea que está encajado
en el esquema cósmico total), más ingenioso y planeado (podría uno decir
“diseñado”?) parece estar el universo.
Por Paul
Davies traducción de Adela Kaufmann