¿Existen entidades más
evolucionadas que se alimentan de nosotros, de la misma forma que nosotros lo
hacemos con los animales y las plantas, sin que éstos tengan plena conciencia
de nuestra existencia? Tal vez sea este el gran misterio de la ciencia
esotérica humana y allende.
La revolución de los brujos es
que se rehúsan a honrar acuerdos en los que no participaron. Nadie me preguntó
si consentiría en ser devorado por seres de otro tipo de conciencia. Mis padres
sólo me trajeron a este mundo para ser comida, como ellos, y ese es el fin de
la historia.
Carlos Castañeda, El Lado Activo
del Infinito
No puedo imaginar nada más aterrador
que ser el alimento de un depredador invisible. Que incluso en este preciso
momento, imposible de percibir para el estado actual de mi conciencia, esté
siendo devorado lentamente por una entidad evolutiva mente más elevada, que, de
igual manera que nosotros nos alimentamos de seres que concebimos como
evolutiva mente inferiores, encuentre en mí el alimento necesario para
sobrevivir y posiblemente seguir escalando en la pirámide de la conciencia
universal.
Pienso en aquellas películas de
terror que uno ve para sentir una sensación muy particular, un Rush
existencial, en las que generalmente había un asesino o entidad maligna que
acechaba a los protagonistas (de los cuales nosotros éramos sucedáneos). Este
rol antagónico era más efectivo, generaba más miedo, en la medida en la que era
más indefinido, más abstracto y metafísico. Es el horror cósmico de Lovecraft o
los poderes supernaturales de los personajes de Stephen King. Pienso que tal
vez este ascenso del terror en proporción a lo incognoscible, al misterio de lo
paranormal, tiene una profunda ancla en la mente colectiva de la humanidad. Tal
vez es un vestigio del mirífico atisbo de los dioses y demonios que habitan el
mundo –o al menos habitan la psique que proyecta, sobre la cueva de lo real,
una historia del mundo.
Nos gusta pensar que en las
dimensiones superiores de la evolución – si es que no somos la cereza en el
pastel, la obra maestra de la evolución (o de Dios) — el universo de alguna
manera se acomoda a una armonía en la que los seres conscientes conviven
pacíficamente, abriendo paso en la escala cósmica sin obstaculizar el impulso
ascendente de los que vienen abajo. Dice el investigador esotérico Juan García
Atienza:
La realidad para el ser humano,
está compuesta como una pirámide escalonada en la que nosotros ocuparíamos la
cúspide, abarcando todo cuanto sube hasta nuestros pies y con el convencimiento
de que, por encima de nosotros todo el inmenso cielo pertenece a una sola
divinidad protectora que nos abarca y nos integra en su infinitud única e
indivisible.
Ya sea que imaginemos que somos
un epifenómeno exclusivo de la evolución y que no existe vida o conciencia por
encima de nosotros en el desierto del espacio; que creamos que arriba de
nosotros solo existe más que la legión divina, el cielo en su desnudez
rutilante de fusión absoluta; o que pensemos que existen seres más
evolucionados –actualmente conjuramos extraterrestres en mundos distantes—nos
cuesta trabajo contemplar, con seriedad, la posibilidad de que seamos el
alimento, la energía, de una especie íntimamente ligada con nuestra matriz de
existencia, si bien imperceptible. Dejamos esto a la especulación exorbitada de
las conspiraciones y de los freaks del new age, pero un análisis minucioso de
nuestra experiencia, mirando hacia abajo en la escala evolutiva, al menos hace
plausible teóricamente que existan entidades que no percibimos del todo y que
se alimentan de nosotros. De no haberlas, algo que también es posible, sería,
sin embargo, un caso completamente excepcional.
En este punto quisiera detenerme
breve mente para aclarar que mi intención al explorar este tema no es crear una
conciencia paranoica ni tampoco revelar una epifanía metafísica. Sinceramente,
en lo personal, no tengo ningún tipo de evidencia de que existan estas hipotéticas
entidades más evolucionadas que, bajo la elemental lógica de la pirámide
alimenticia, podrían usarnos como comida.
Mi inquietud nace solamente de
una perspectiva teórica, de que dentro de un esquema racional basado en la
observación y en la experiencia de lo que conocemos en este planeta es
enteramente plausible concebir la existencia de seres por encima de nosotros en
la escala evolutiva.
Es posible que, de existir, estas
entidades hayan evolucionado a un punto en el que no sea necesario alimentarse
de aquellas entidades inmediatamente inferiores –de alguna manera como algunos
seres humanos se rehúsan a alimentarse de los animales. Podrían alimentarse de
xenón, luz ultravioleta, imprimir sus propios alimentos en 5D o algo
equivalente a la nanotecnología, por todo lo que sabemos. Pero también es muy
posible que, entre la multiplicidad de seres que podrían haber evolucionado en
este planeta o en otros proyectos de vida, existan aquellos para los que los
seres humanos somos apetecibles. Incluso podrían existir entidades para los que
somos más que una delicatesen en el menú cósmico, somos una indispensable
fuente de energía en su dieta, quizás como uno de esos pollos transgénicos de
granja, especialmente crecidos para alimentar a poblaciones enteras.
Y no necesariamente tendrían que
alimentarse de nuestra carne, de la misma forma que nosotros extraemos
sustancias de algunas plantas o usamos algunos minerales para alimentar nuestra
tecnología, podrían sintetizar a través de nosotros algún tipo de molécula, utilizarnos
(como ocurre en Matrix) como una batería o algo aún más arcano.
En una de las pocas entrevistas
en las que quiso hablar acerca de la trama subyacente de su película 2001:
Odisea en el Espacio, Stanley Kubrick dijo:
Tales inteligencias cósmicas, evolucionando
en conocimiento por eones, estarían tan distantes del hombre como nosotros
estamos de las hormigas. Podrían estar en comunicación telepática instantánea a
lo largo del universo, podrían haber logrado la maestría total sobre la materia
y de esta forma se podrían transportar instantáneamente a través de billones de
años luz de espacio; en su última fase podrían abandonar la forma física y
existir como una consciencia incorpórea inmortal en todo el universo.
Ciertamente estas inteligencias,
dioses desde nuestra limitada conciencia, podrían haber trascendido la biología
y no necesitar de alimento como lo conocemos. Pero entonces podría ser que se
“alimenten” de una comida mental, de la adoración, de la energía psíquica o de
otras formas sutiles de energía que podrían encontrar en nosotros. Y estas
inteligencias cósmicas podrían estar en los lugares que menos esperamos. En su
ensayo La Promesa de la Serpiente, Aeolus Kephas, advierte:
En un medio ambiente predatorio,
todo es alimento para alguien más, entonces, ¿por qué asumir que esto no se
aplica en el campo de la conciencia o a nuestra interacción con esos
“espíritus” que residen en los enteógenos que consumimos, deseosos de ser
poseídos por Dios?
Según Juan García Atienza, un
hombre que investigó a fondo temas de lo que llamó “la otra realidad” sin
perder del todo la cordura, en los niveles de evolución consciente, ya no se
trata solamente de “una dependencia irracional e instintiva” sino de la
captación de una esencia que una especie consigue mediando su inteligencia y
voluntad, para seguir subsistiendo y finalmente escalar la pirámide evolutiva
hacia “los niveles superiores de conciencia universal”.
En este plano escalar de la
evolución cósmica no existen las categorías morales del bien y el mal, existe
un feroz intercambio de energía. En un universo predatorio donde la energía
parece ser lo que define si una entidad puede continuar su existencia y
posiblemente seguir ascendiendo hacia un “extraño atractor” (el término usado
por Terence Mckenna para describir el magnetismo al final del tiempo que
impulsa a la evolución) no es de esperarse que abunde la condescendencia moral.
Si es que existen seres más evolucionados que nosotros que actúan de manera que
favorece nuestra propia evolución, cual ángeles, seguramente lo hacen porque
está conducta favorece su propia evolución al aumentar, bajo un mecanismo de
feedback, su nivel energético.
Daniel Pinchbeck explica en su
libro Breaking Open The Head las ideas del místico armenio George Gurdjieff:
Este proceso transformador ocurre
en etapas, en el tiempo. Creía que todo, incluyendo los procesos psíquicos y
los pensamientos, eran una forma material –y todo lo material, era en cierta
forma, sensible. “Todo a su manera es inteligente y consciente”, dijo. “El grado
de conciencia corresponde a un grado de densidad o de velocidad de vibraciones.
Entre más densa la materia, menos consciente es”. En su perspectiva, el
universo funcionaba como un sistema de “mantenimiento recíproco”, donde cada
nivel de entidad se alimenta de las entidades inferiores. Los seres humanos,
las entidades orgánicas más conscientes de la Tierra, eran alimento de los
demiurgos por encima de ellos.
La misma idea en La Gran
Manipulación Cósmica de Atienza:
Toda la realidad cósmica es una
constante acumulación de tensiones, de causas y efectos, un toma y daca en el
que cada entidad recibe su esencia de otra y cede su energía para que, a su
vez, sea utilizada por otra entidad más evolucionada, la cual procura cuidar y
conservar, por su parte, la fuente de su propia supervivencia. Ese cuidado y
esa conservación suponen precisamente [una] manipulación.
La pregunta de por qué no
percibimos, al menos la mayoría de los humanos, a estas hipotéticas entidades
podría explicarse por esta manipulación. En muchos casos es importante para el
predador que la presa no sepa que está merodeando en el perímetro. O al menos
que no perciba que es una amenaza para que siga haciendo lo que hace sin
perturbarse. Un ejemplo de esta manipulación es imaginado por Aeolus Kephas:
estas inteligencias, sugiere, pueden llegar incluso a utilizar a las plantas
para coaccionar al ser humano:
Los espíritus son inteligencias
inorgánicas (que podrían incluir a lo que llamamos las almas de los muertos).
Siendo inorgánicos o muertos no tienen acceso a la forma física sensible. Esta
es un área en la cual no estoy seguro al cien por ciento, ya que los espíritus
inorgánicos aparentemente pueden vivir en la materia orgánica, de la misma
forma que los seres elementales o las hadas, se dice, pueden vivir en las rocas
y en las plantas y demás. Puede ser que estos espíritus busquen específicamente
experimentar la existencia humana —y hacer que seres humanos encarnados
ingieran enteógenos sea una formar para lograr esto. Cualquiera que sea el
caso, aparentan desear no solo congreso con sino ingreso a (y a través de)
nuestra conciencia, lo cual consiguen no solo accediendo a nuestras neuronas
(al tiempo que son “secuestradas” por los químicos psi coactivos) sino a toda la
red a la que estas neuronas están vinculadas.
Una de las más detalladas
descripciones de estos supuestas entidades que se alimentan del ser humano es
la desarrollada por Carlos Castañeda, en un principio crípticamente, bajo el
apelativo de los seres inorgánicos y luego, en El Lado Activo del Infinito, más
explícita mente con el nombre del “depredador” y “los voladores” (que
vinieron”desde las profundidades del cosmos” a gobernar nuestras vidas) .
Algunos consideran que los libros de Castañeda son ficción o que en muchos
casos utiliza metáforas cuando muchas personas lo toman literalmente. De
cualquier forma es una referencia ineludible en este tema. Castañeda pone en
boca de Don Juan Matus:
Ellos son los que establecieron
nuestras esperanzas y expectativas y los sueños de éxito o fracaso. Nos han
dado la codicia, la avaricia y la cobardía. Es el predador el que nos hace
complacientes, rutinarios y ególatra […] los depredadores nos dieron su mente,
que se convirtió en nuestra mente.
Esta última frase tiene ecos de
la filosofía gnóstica, donde los seres inorgánicos, voladores o depredadores,
son llamados Arcontes (los señores planetarios), que según textos cristianos
como los del Nag Hammadi, son una especie de tricksters que crean realidad
simuladas, duplicados en los que el ser humano cae ilusoriamente como un pez
muerde la carnada de un anzuelo. En The Three Stigmata of Palmer Eldritch,
Phillip K. Dick da voz a un Arconte interplanetario que se infiltra en la mente
individual y colectiva de la humanidad:
Lo que quiero decir es que me convertiré
en todas las personas del planeta…Seré todos los colonos mientras arriban y
empiezan a vivir aquí. Guiare su civilización. Es más seré su civilización.
En reiteradas ocasiones, no
sabemos si de manera metafórica, Gurdjieff mencionó que los seres humanos eran
“comida de la Luna”, tal vez en una resonancia con el sistema gnóstico en el
que los Arcontes son vistos como rectores planetarios, generalmente siete (los
siete planetas).
El investigador francés Jacques
Vallee, de forma similar, dice en su libro Messengers of Deception que los
extraterrestres (o cyborgs) provienen del sistema planetario local y que “el
fenómeno OVNI” es “un sistema de control espiritual” que se comporta como “un
proceso de condicionamiento” y que estas supuestas entidades, más que utilizar
máquinas (naves) estaría alterando nuestra percepción o jugando con las leyes
de la física que conocemos.
Esta aparente manipulación de la
que seríamos objeto, forjando un sistema de creencias propenso a mantenernos
como “carne de cañón”, podría explicar tal vez la función que ha tenido la
religión organizada en la historia del hombre. Pensadores como Marx y Nietzsche
advirtieron que la religión funcionaba como una operación de manipulación
psicológica destinada a despojar al hombre de su poder personal, induciéndolo a
un estado de sopor y sumisión. Pese a esta remoción de la fuerza individual se
generaba una adoración de las entidades y mecanismos que propiciaban dicho
despojo. Incluso, por mucho tiempo, en numerosas culturas, se sacrificaban animales
y seres humanos para saciar el hambre de estas entidades superiores. Pero, de
existir estas entidades predatorias, ¿acaso no es justamente lo que les
convendría, que pensáramos en ellas como dioses? Y así nos estuviéramos sin
sobresaltos en el “humanero” y marcháramos sin resistencia al matadero.
En la Biblia en diversas
ocasiones se hace referencia a la divinidad (padre o hijo) como el pastor, y al
ser humano como el rebaño o el ganado. Los dioses griegos también obtienen el
epíteto, en las épicas homéricas, de “pastores de hombres”. El pastor puede
desarrollar cierto afecto por sus ovejas, pero a fin de cuentas lo que hace
siempre es manipular a su ganado para obtener un alimento. Esta es la esencia
de un pastor y un rebaño.
Ahora bien si es que existen
estas entidades, más allá de que presentan un aspecto en primera instancia
terrorífico y en segunda, y más importante, representan un obstáculo
insoslayable para la continuidad evolutiva del ser humano y la libertad del
individuo, esto es de ninguna manera algo que deba tomarse a mal. En cierta
forma, en el divino misterio del universo, aquello que está por encima de
nosotros, ángel o vampiro, es lo que nos propulsa, nos jalonea hacia arriba,
nos motiva a superar el estadio actual de víctimas de la realidad predatoria.
Explica Castañeda en palabras de
Don Juan:
Los voladores son una parte
esencial del universo… y deben ser tomados como lo que realmente son –
increíbles, monstruosos. Son el medio por el cual el universo nos pone a
prueba.
El maestro Gurdjieff hace la
arenga:
Las posibilidades de evolucionar
existen y se pueden desarrollar en individuos aislados…
Las fuerzas que se oponen a la
evolución de las grandes masas humanas también se oponen a la evolución de cada
hombre. Toca a cada uno chasquearlas.
En cierta forma, si existen,
estas entidades son como los guardianes del Castillo –o del Paraíso: tanto la
espada del arcángel como la promesa de la serpiente… Como aquel irritante ujier
que impide la entrada a la Ley (divina) a la transpersonalización de Kafka en
El Proceso, son terribles, inmisericordes e insondables, pero también
imprescindibles si queremos acceder a esa realidad superior, a ese misterio que
nos llama desde la profundidad de nuestro espíritu, en la que se disuelve el
universo y la totalidad de la existencia.
Están ahí, al final del nivel, y
definen si nos toca Game Over (y volver a empezar en la rueda de las vidas) o
alcanzamos el tálamo de la Princesa (el dote de Gaia-Sophia).
El arcadelmisterio.