El ganador del Pullitzer (2010) y
periodista de The New York Times, Michael Moss, lanzó hace unas semanas el
libro Salt Sugar Fat: How the Food Giants Hooked Us (‘Sal, azúcar y grasas:
cómo los gigantes de la alimentación nos han enganchado’), donde deja al
descubierto las artimañas utilizadas por los gigantes de la industria de los
alimentos para hacer más adictiva la comida chatarra.
Tras realizar múltiples entrevistas
a gerentes de las multinacionales alimentarias más famosas -tales como
Coca-Cola, Kraft, Frito-Lay y Nestlé- y revisar varios estudios en sus 3 años
de investigación, Moss mostró cómo las empresas están conscientes de que una
determinada cantidad de azúcar, grasas y sal, causan casi tanta dependencia
como la cocaína y en lugar de calmar el apetito, nos hace querer más. Es lo que
él llama el “punto de la felicidad”, es decir, la proporción ideal de cada
ingrediente para “enganchar” a los consumidores.
“Su procesamiento está pensado
para lograr el vínculo perfecto entre el consumo de estos alimentos y la
sensación de bienestar, al activar mecanismos cerebrales que nos hacen
dependientes”, señaló el reportero.
De acuerdo a los informes
revisados por Moss, este “punto de la felicidad” aumenta el riesgo de obesidad,
diabetes, asma e incluso esclerosis múltiple.
Además, dice que los componentes
de los alimentos se modifican químicamente, para que sean más “adictivos”. Por
ejemplo, señala que en muchos productos se usa jarabe de maíz alto en fructosa
en lugar de azúcar, porque esta sustancia tiene la capacidad de “desactivar” la
parte del cerebro donde se regula el apetito, disminuyendo la saciedad.
Moss dice que los componentes se
alteran para “potenciar el sabor dulce hasta en un 200%”, sin considerar que
esto complica la metabolización del alimento, desencadenando no sólo el aumento
de peso, sino también incrementando el riesgo de sufrir enfermedades.
Considerando todo lo analizado,
el periodista dijo a Aarp.org, que un alimento “perfectamente adictivo” son las
papas fritas (de bolsa), pues reúnen todas las características señaladas
anteriormente.
“Son saladas, al tocar tu lengua
inmediatamente parte esta alocada carrera hacia el cerebro. (Además) están cargadas
de grasas saturadas que el cerebro anhela para la energía. Pero lo sorprendente
es que las papas fritas también están llenas de azúcar, no añadida, pero el
tipo de carbohidratos que tiene se convierte instantáneamente en azúcar en el
cuerpo”, explica.
Por otro lado, acusa que otra de
las tácticas de las empresas son las agresivas campañas publicitarias dirigidas
a los más pequeños y especialmente a los segmentos más bajos, añadiendo que la
mayoría de los gerentes entrevistados afirmaron que no le dan a sus hijos los
productos que venden.
Tras la publicación del libro,
algunas multinacionales han encargado estudios para demostrar que no hay
evidencia de que los alimentos que distribuyen causen dependencia. Además,
niegan que existan datos fidedignos que muestren que las personas con sobrepeso
son adictas a la comida.
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