lunes, 13 de junio de 2011

Clima espacial


LA NASA ANTICIPA UNA TEMIBLE TORMENTA SOLAR PARA EL 2012
                                         Esto si es una verdadera
catástrofe mundial, lee para que te des cuenta

Fuente : Nasa pagina web oficial

El escenario podría ser cualquier gran ciudad de Estados Unidos, China o
Europa. La hora, por ejemplo, poco después del anochecer de cualquier día
entre mayo y septiembre de 2012.
El cielo, de repente, aparece adornado con un gran manto de luces brillantes
que oscilan como banderas al viento. Da igual que no estemos cerca del Polo
Norte, donde las auroras suelen ser comunes. Podría tratarse perfectamente
de Nueva York, Madrid o Pekín. Pasados unos segundos, las bombillas empiezan
a parpadear, como si estuvieran a punto de fallar. Después, por un breve
instante, brillan con una intensidad inusitada… y se apagan para siempre. En
menos de un minuto y medio, toda la ciudad, todo el país, todo el continente
 está completamente a oscuras y sin energía eléctrica.
Un año después, la situación no ha cambiado. Sigue sin haber suministro y
los muertos en las grandes ciudades se cuentan por millones. En todo el
planeta está sucediendo lo mismo. ¿El causante del desastre? Una única y
gran tormenta espacial, generada a más de 150 millones de kilómetros de
distancia, en la superficie del Sol.
Y no es que de repente hayamos decidido alinearnos entre las filas de los
catastrofistas que predican el fin del mundo precisamente para 2012. Pero lo
descrito arriba es exactamente lo que pasaría si el actual ciclo solar (que
acaba de empezar después de más de un año de completa inactividad) fuera
sólo la mitad de violento de lo que se espera. Así lo dice, sin tapujos, un
informe extraordinario financiado por la NASA y publicado hace menos de un
año por la Academia Nacional de Ciencias de los Estados Unidos (NAS). Y
resulta que, según el citado informe, son precisamente las sociedades
occidentales las que, durante las últimas décadas, han sembrado sin quererlo
la semilla de su propia destrucción.
Se trata de nuestra actual forma de vida, dependiente en todo y para todo de
una tecnología cada vez más sofisticada. Una tecnología que, irónicamente,
resulta muy vulnerable a un peligro extraordinario: los enormes chorros de
plasma procedentes del Sol. Un plasma capaz de freir en segundos toda
nuestra red eléctrica (de la que la tecnología depende), con consecuencias
realmente catastróficas. «Nos estamos acercando cada vez más hasta el borde
de un posible desastre», asegura Daniel Baker, un experto en clima espacial
de la Universidad de Colorado en Boulder y jefe del comité de la NAS que ha
elaborado el informe.
Según Baker, es difícil concebir que el Sol pueda enviar hasta la Tierra la
energía necesaria para provocar este desastre. Difícil, pero no imposible.
La superficie misma de nuestra estrella es una gran masa de plasma en
movimiento, cargada con partículas de alta energía. Algunas de estas
partículas escapan de la ardiente superficie para viajar a través del
espacio en forma de viento solar. Y de vez en cuando ese mismo viento se
encarga de impulsar enormes globos de miles de millones de toneladas de
plasma ardiente, enormes bolas de fuego que conocemos por el nombre de
eyecciones de masa coronal. Si una de ellas alcanzara el campo magnético de
la Tierra, las consecuencias serían catastróficas.
Nuestras redes eléctricas no están diseñadas para resistir esta clase de
súbitas embestidas energéticas. Y que a nadie le quepa duda de que esas
embestidas se producen con cierta regularidad. Desde que somos capaces de
realizar medidas, la peor tormenta solar de todos los tiempos se produjo el
2 de septiembre de 1859. Conocida como «El evento Carrington», por el
astrónomo británico que lo midió, causó el colapso de las mayores redes
mundiales de telégrafos (imagen bajo estas líneas). En aquella época, la
energía eléctrica apenas si empezaba a utilizarse, por lo que los efectos de
la tormenta casi no afectaron a la vida de los ciudadanos. Pero resultan
inimaginables los daños que podrían producirse en nuestra forma de vida si
un hecho así sucediera en la actualidad. De hecho, y según el análisis de la
NAS, millones de personas en todo el mundo no lograrían sobrevivir.
El informe subraya la existencia de dos grandes problemas de fondo: El
primero es que las modernas redes eléctricas, diseñadas para operar a
voltajes muy altos sobre áreas geográficas muy extensas, resultan
especialmente vulnerables a esta clase de tormentas procedentes del Sol. El
segundo problema es la interdependencia de estas centrales con los sistemas
básicos que garantizan nuestras vidas, como suministro de agua, tratamiento
de aguas residuales, transporte de alimentos y mercancías, mercados
financieros, red de telecomunicaciones… Muchos aspectos cruciales de nuestra
existencia dependen de que no falle el suministro de energía eléctrica.
Irónicamente, y justo al revés de lo que sucede con la mayor parte de los
desastres naturales, éste afectaría mucho más a las sociedades más ricas y
tecnológicas, y mucho menos a las que se encuentran en vías de desarrollo.
Según el informe de la Academia Nacional de Ciencias norteamericana, una
tormenta solar parecida a la de 1859 dejaría fuera de combate, sólo en
Estados Unidos, a cerca de 300 de los mayores transformadores eléctricos del
país en un periodo de tiempo de apenas 90 segundos. Lo cual supondría dejar
de golpe sin energía a más de 130 millones de ciudadanos norteamericanos.
Lo primero que escasearía sería el agua potable. Las personas que vivieran
en un apartamento alto serían las primeras en quedarse sin agua, ya que no
funcionarían las bombas encargadas de impulsarla a los pisos superiores de
los edificios. Todos los demás tardarían un día en quedarse sin agua, ya que
sin electricidad, una vez se consumiera la de las tuberías, sería imposible
bombearla desde pantanos y depósitos. También dejaría de haber transporte
eléctrico. Ni trenes, ni metro, lo que dejaría inmovilizadas a millones de
personas, y estrangularía una de las principales vías de suministro de
alimentos y mercancías a las grandes ciudades.
Una gran tormenta solar acabaría con los transformadores eléctricos. Después
escasearía el agua potable y el transporte eléctrico no funcionaría: ni
trenes ni metro
Los grandes hospitales, con sus generadores, podrían seguir dando servicio
durante cerca de 72 horas. Después de eso, adiós a la medicina moderna. Y la
situación, además, no mejoraría durante meses, quizás años enteros, ya que
los transformadores quemados no pueden ser reparados, sólo sustituidos por
otros nuevos. Y el número de transformadores de reserva es muy limitado, así
como los equipos especializados que se encargan de instalarlos, una tarea
que lleva cerca de una semana de trabajo intensivo. Una vez agotados, habría
que fabricar todos los demás, y el actual proceso de fabricación de un
transformador eléctrico dura casi un año completo…
El informe calcula que lo mismo sucedería con los oleoductos de gas natural
y combustible, que necesitan energía eléctrica para funcionar. Y en cuanto a
las centrales de carbón, quemarían sus reservas de combustible en menos de
treinta días. Unas reservas que, al estar paralizado el transporte por la
falta de combustible, no podrían ser sustituidas. Y tampoco las centrales
nucleares serían una solución, ya que están programadas para desconectarse
automáticamente en cuanto se produzca una avería importante el las redes
eléctricas y no volver a funcionar hasta que la electricidad se restablezca.
Sin calefacción ni refrigeración, la gente empezaría a morir en cuestión de
días. Entre las primeras víctimas, todas aquellas personas cuya vida dependa
de un tratamiento médico o del suministro regular de sustancias como la
insulina. «Si un evento Carrington sucediera ahora mismo -asegura Paul
Kintner, un físico del plasma de la Universidad de Cornell, de Nueva York-
sus efectos serían diez veces peores que los del huracán Katrina». En
realidad, sin embargo, la estimación de este físico se queda muy corta. El
informe de la NAS cifra los costes de un evento Carrington en dos billones
de dólares sólo durante el primer año (el impacto del Katrina se estimó
entre 81 y 125 mil millones de dólares), y considera que el periodo de
recuperación oscilaría entre los cuatro y los diez años.
La buena noticia, reza el informe, es que si se dispusiera del tiempo
suficiente, las compañías eléctricas podrían tomar precauciones, como
ajustar voltajes y cargas en las redes, o restringir las transferencias de
energía para evitar fallos en cascada. Pero, ¿Tenemos un sistema de alertas
que nos avise a tiempo? Los expertos de la NAS opinan que no. Actualmente,
las mejores indicaciones de una tormenta solar en camino proceden del
satélite ACE (Advanced Composition Explorer). La nave, lanzada en 1997,
sigue una órbita solar que la mantiene siempre entre el Sol y la Tierra. Lo
que significa que puede enviar (y envía) continuamente datos sobre la
dirección y la velocidad de los vientos solares y otras emisiones de
partículas cargadas que tengan como objetivo nuestro planeta.
ACE, pues, podría avisarnos de la inminente llegada de un chorro de plasma
como el de 1859 con un adelanto de entre 15 y 45 minutos. Y en teoría, 15
minutos es el tiempo que necesita una compañía eléctrica para prepararse
ante una situación de emergencia. Sin embargo, el estudio de los datos
obtenidos durante el evento Carrington muetran que la eyección de masa
coronal de 1859 tardó bastante menos de 15 minutos en recorrer la distancia
que hay desde el ACE hasta la Tierra. Por no contar, además, que ACE tiene
ya once años y que sigue trabajando a pesar de haber superado el periodo de
actividad para el que había sido diseñado. Algo que se nota en el
funcionamiento, a veces defectuoso, de algunos de sus sensores, que se
saturarían sin remedio ante un evento de esas proporciones. Y lo peor es que
no existen planes para reemplazarlo.
Para Daniel Baker, que formó parte de una comisión que hace ya tres años
alertó de los problemas de este satélite, «no tener una estrategia para
sustituirlo cuando deje de funcionar es una completa locura». De hecho,
otros satélites de observación solar, como SOHO, no pueden proporcionarnos
alertas tan inmediatas ni tan fiables como las de ACE. Para Baker y los
demás investigadores que han elaborado el informe, el mundo probablemente no
hará nada para prevenirnos de los efectos de una tormenta solar devastadora
hasta que ésta, efectivamente, suceda.
Algo que, según el informe, podría ocurrir mucho antes de lo que nadie
imagina. La «tormenta solar perfecta», de hecho, podría tener lugar durante
la primavera o el otoño de un año con alta actividad solar (como lo será
2012). Y es precisamente en esos periodos, cerca de los equinoccios, cuando
serían más dañinas para nosotros, ya que es entonces cuando la orientación
del campo magnético terrestre (el escudo que nos protege de los vientos
solares), es más vulnerable a los bombardeos de plasma solar. /Abc.es
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